Parecía que ésta iba a ser una mañana como tantas. El móvil no sonó tres, sino cuatro veces. Ésa es la señal para que piense como un día para recordar y hasta escribirlo.
Mientras que escuchaba el agua correr por su cuerpo, revisé los titulares algo desanimada. Ver el tiempo que pasa sin descanso, acumular vida sin emociones, cobijarse en un lecho estéril es una suerte de convivencia solitaria.
Fernando se fue como todas las semanas, a hacer negocios en el Oriente. Hace más de cinco años que hace sus valijas solo.
Me he acostumbrado a los estados de abandono en que me deja. Sin embargo, esta vez me he olvidado de llevar conmigo el móvil. Me siento a tomar un café en la plaza. Siento que soy nueva en la ciudad. Voy a cambiar me digo. Voy a buscar un destino que despeine mi kharma bucólica. Ya no lucho, se acabaron las armas. No se puede estar tan simplemente amaneciendo en silencios. El amor cuando desciende se vuelve monótonamente agónico.
Me preparan la cuenta y ya pensé en el color de mi mudanza. Esta soledad me viene con una nueva personalidad. El coral es para mí, solo un bolso me basta. Dejaré mi ropa de cama por si la necesite cuando vuelva a acordarse de mí.
Estoy fuera y muy lejos para acabar con esta vida encerrada en sus agendas, sus reuniones hipócritas, su prisa por tomar el café; en suma, sus ausencias insoportables.
La noche ha caído enseguida, me siento a esperar el tren que se anuncia como un contrapunto de furia por abandonarlo todo.
#CuentosDesdeLaHabitación