Mundo Butterfly

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lunes, 31 de octubre de 2022

Tortugas (primera versión)

La idea de perdernos,mudar nuestras ropas de niños como para escaparnos de los parámetros que,intentaban los grandes imponernos; era divertida. Jugar a ser adultos conjugando el ritmo de nuestros torsos sobre las piedras acostadas de arena en Tortugas. Partiendo de Lima,las dos horas de viaje en el Huachano no nos fueron suficiente para besarnos. Íbamos mimetizándonos en el brillo de nuestras miradas de catorce. Al Huachano,lo cogimos en pleno autostop, a la mitad de precio de lo que pudo costar desde la Estación. Octavio solo tenía la mesada de fin de semana, por eso; con solo levantar el pulgar derecho pudimos seguir el rumbo hacia el norte,sin que nos pidan la tarjeta de identificación. Cuando llegamos al kilómetro trescientos noventa y ocho de la Panamericana norte, había caído ya la noche. Cruzamos la carretera tomados de la mano, Octavio llevaba la linterna en la otra, mas en pleno camino las baterías nos fallaron en medio de la penumbra,y a solo unos pasos más, cayó en un hoyo. Reímos sin parar,lejos de las preocupaciones del mundo de los adultos. Así,enterrados,sellamos el comienzo de una cinética impredescible, con un tímido beso. Luego,caminamos acompañados de las gaviotas insomnes aleteando en la bahía. No nos tomó mucho tiempo encontrar la casa de playa de sus padres. Lo primero que hicimos dentro fue delimitar nuestro territorio con velas aroma vainilla y poco a poco,se fueron sintiendo sus efectos: la balada de dos almas dejándose llevar al compás de sus fricciones, la danza de piel contra piel fluyó, confundiéndose en el ritmo por estallar. Esa noche solo dormimos cuatro horas. A la mañana siguiente,la brisa despertó mis sentidos por jugar en su espalda.Pasada las once, el hambre nos sobrecogió. En diez minutos, ya estábamos buscando comida en el malecón, pero en octubre (cuando llueve) es difícil encontrarla. Entonces, decidimos caminar por los peñascos. Empezamos a jugar como niños, chapoteamos como si por primera vez sintiéramos ese contacto fresco con el mar; pero los movimientos me nublaron, mi mente dio varias vueltas de campana. Cuando intenté ponerme de pie, me sentí desvanecer. Entonces, Octavio me tomó en sus brazos y me acostó. Me dio de comer unas galletas de agua (las únicas que quedaban en su mochila). A la media hora, las fuerzas volvieron en mí y cocinamos. En realidad, solo fue una cuestión de cocer unas papas y un poco de pollo saltado. Yo no estaría destinada para ser la madre de los nietos de la vieja, la mujer que podía seguir sus normas. Desde la pregunta suya, ¿Sabes cocinar? Nunca más abrió la puerta. Esa puerta que nos separó fue la conclusión de un viaje a Tortugas. Martha Robles UNFV Lima, Perú

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