Me gusta jugar con mi vida. Ser (por un momento) un parásito intelectual. Hundirme en el polvo, acomodar mi capa para filtrar la vida que gira. Untar las páginas con mi tiempo perdido y que mis gafas envejezcan con mis venas.
En este sillón, de cuero y memorias, resuelvo los problemas caducos y detrás crucigramas de amor: hijos que no reconocí y que algún día veré desde muy alto.