Los primeros rayos del día penetraban por las cortinas de
fino tul. Estas seguían el vaivén del tímido viento que lograba infiltrarse por
los pequeños orificios de las ventanas, cuya madera estaba carcomida por el
tiempo y por las polillas.
Mis manos se posaron para acariciar las delicadas
cortinas. Mis dedos dibujaban sus bordados hechos con caprichosos tulipanes y
amapolas.
Entre tanto, el viento peinaba suavemente mi rostro,
como invitándome a descubrir lo de afuera.
¡Lo que ví! Un arco iris de geranios, margaritas y
claveles; golpeadas por los chorros de agua que brotaban de la manguera. Éstos caían
firmes, sin vacilar sobre ellas.