La hazaña llegó cuando la paciencia estaba al límite. Los titulares de un casi, casi ganamos; casi casi le empatamos era rutina en cada competencia. Y sí Perú necesitó de un Tigre para despertar ese corazón rebelde y recuperarse en cada prueba que tocó con uno o dos goles en contra. Supimos también de derrotas, pero la esperanza se mantenía prendida cuando sabes que en tu federación quieren erradicar las argollas y darle autonomía a un profesional que vio, analizó, evaluó y buscó a los fijos que nos darían ese pase, el último para completar el avión de las selecciones Fifa. Esta fiesta, que ya la veíamos por 36 años, resignados a escoger el país que más agradaba pero que en nuestro presente un argentino Gareca nos demostró que solo es necesario confiar en nuestro trabajo para estar a la altura de la competitividad. Lamento que el entrenador Hudson no estuviera preparado para la presión aguerrida de los hinchas, como se estila en este continente; pero era una guerra. Como dijo una reportera: "en las calles parece que hubiera acabado una guerra". Y sí, ya nos sentimos en paz con nuestros muchachos, peruanos de puro corazón.
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