Cuando vi Boyhood, me dejó esa sensación de la fragmentación del tiempo. Día a día se vive inmerso en un mundo propio que, a la vez transcurre con el tiempo de los tuyos. Se vive y se enfrenta el tiempo con distintas caras. En ese sentido, la cinta caló en el ejercicio del crecer y el coraje de una madre separada (como puede ser la historia de alguien familiar), que vive a costa de su instinto maternal para enfrentarse a los cambios, las necesidades y urgencias de una vida cotidiana, sorteando los momentos tristes en silencio cuando los niños solo duermen, sentada (sola) en su mesa, pero que con el pasar del tiempo encontró que el sobre esfuerzo de volverse profesional, le dio las armas para esa crianza individual.
Aunque Boyhood (2014) sea centralmente la narrativa secuencial de la vida del pequeño Mason, desde su niñez hasta su juventud, en un itinerario de vivencias y con una marcada ausencia del padre; la madre soltera que encarna Olivia denota el peso familiar de muchas mujeres luchadoras, fuertes pero que nada les evita sentir sufrimiento por soportar una crianza descompensada y dolorosa por la irresponsabilidad paternal.
El final es abierto, no existen antagonistas en esta trama, ni siquiera el padre ausente que no puede cumplir con su responsabilidad natural; sin embargo, pone en evidencia ese matiz que circunda en el perfil de los personajes que, captura una paternidad casual en el señor Mason (Ethan Hawke), pero dosificada de momentos divertidos. Ser más amigo que padre, salir un fin de semana a pescar con su hijo y bromear sobre la talla de ropa interior de su hija, Samantha.
Sin duda, volvería a verla porque te deja pensar en lo flexible que puede ser la vida, que el tiempo es una máquina de momentos sin retorno. Altamente recomendable para aceptar que los padres no tienen que ser perfectos, que el principio de todo, de la vida es el amor sin prejuicios.👍👀