(Alrededor había personas que giraban con mucha prisa. No querían perder el autobús. Empieza la semana, muy temprano. Carlos estaba a punto de emprender su ruta a la oficina y escuchó por detrás una voz sutil:
Amanda: ¡No!, no lo creo. He tenido que apurar la marcha para darme cuenta y sí. No te ves tan viejo, eh.
Carlos: Eh...hey. No me veré viejo, pero así me siento.
Amanda: Sí, ya veo. ¡Y te vas a quedar ahí parado! Al menos, tómate dos minutos para decirme algo. (Carlos se alejó del grupo de personas para tener más privacidad)
Carlos: Tranquila. Bueno, sí. Dos minutos que compensen todos estos años (sonrió sarcásticamente)
Amanda: Al menos, no te veo con esa manía tuya de ver tu reloj a cada rato.
Carlos: Nunca contestas. Y nadie me dio razón de ti. Ni tu familia, ni tu madre.
Amanda: Sí. Probablemente. Quería desaparecer.
Carlos: Ya veo, no me lo explico.
Amanda: Carlos, disculpa que te llame así, pero no puedo asumir que seas mi viejo. No te preocupes. No te martirices. Ninguno de los dos tiene la culpa. Tú sigues con tu vida y yo... estoy (titubea, detiene lo que estaba a punto de decir)
Carlos: ¿Estás bien?
Amanda: Sí, claro. Bueno, ya me tengo que ir. Mañana paso de nuevo por acá. (Se despide como si estuviera huyendo. No podía decirle que pronto será abuelo).
Texto creado por la autora del blog