Mundo Butterfly

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jueves, 10 de diciembre de 2020

Ciudad M

En medio de una habitación oscura, el aire circula denso en el 501. El televisor descansa poco y nada. Precisamente ahí es donde convive una pareja aterrada con la posibilidad de contraer el virus azul.
Y es que sucede que la ciudad de los atardeceres eternos nunca proyectó que en el día ciento cincuenta de un otoño cálido,  los parques andarían acordonados con la señal: <<Prohibido hacer vida. Quédate en casa>>.
En esta nueva realidad, los lunes son como los domingos, los domingos como viernes y los viernes con las mismas horas de feriado.
El sueño es un remedio inicuo para continuar la vida entre tantas sombras.
La ciudad yace quieta de madrugada a horas tardes. Yo solía llevar los periódicos de un domingo cualquiera al 501. Sin embargo, ya será cuarenta y cinco días desde el último día que recogieron sus cuerpos.
Hoy veo a mi ciudad con otra mirada desde que me volví azul. La última vez que recorrí sus calles, solo había tomado un café y una bizcotela. De haber sabido que me transformaría por el virus, habría bebido alcohol hasta quedarme dormido en mi banca favorita.
En esta ciudad M, las parejas han desaparecido de las esquinas. Solo el viento, papeles sucios y mascarillas desteñidas han tomado posesión de las calles.
Mientras camino como dando un vuelo recorro los pasadizos que conocí bien. Puedo notar el vacío detrás del 505. El abuelo que siempre me pedía su periódico a las ocho, los lunes.
Los abuelos llegan a la edad que pueden, pero al volverse azules, el destino los recoge  como hojas de otoño.
En este otoño de pandemia, la fiebre azul se dispersó como pólvora. La pantalla se vuelve un inventario de cifras en rojo.
Después de la tercera ola, todos los habitantes del edificio se volvieron extraños. Los del primer piso ya no riegan las plantas como bien lo hacían los domingos. Prácticamente se han convertido en los guardianes revestidos de un blanco impregnado en cloro, rociando cada rincón del edificio en horas muy puntuales y durante todo el día.
Yo, particularmente, he recorrido cada nivel de este edificio como si fuera mi casa. Hoy parece que todos se han ido de viaje.
Nunca se supo si el abuelo Carlos llegó a tener nietos. La noche en que enfermó, solo pidió una aspirina. Y fue doña Nora del 504 quien trajo al fiscal y al párroco vestidos de blanco plastificado.
Lo que un día fue convivencia, hoy se llama resistencia.
En un lugar llamado Ciudad M, el otoño se empieza a sentir alejado de la vida.
Desde el Oriente, llegó la llamada fiebre azul y en ciento cincuenta días nadie ha podido tocarse.
Hoy el principio llamado gregarismo es una utopía. Y aunque los paraderos lucen vacíos, siempre se deja ver por donde se camina: <<Prohibido darse besos>>. Qué duda cabe que el presente se llama pandemial.
Las sombras, en medio de la noche, en una ciudad pandémica como M son como espejos vacíos.
El miedo acaba con el deseo de dar vueltas por los bares, bailar y ligar hasta las últimas consecuencias, mientras los gatos tomaban posesión de las esquinas.
Hoy la ciudad M no duerme, sino que sobrevive a cada mañana, dando cien vueltas como un roedor excitado.
Los buses circulan todos los días como si fueran domingo en una pista abandonada. Los paraderos son fantasmas a cualquier hora. Mientras había trabajo, se podía respirar el estrés de las primeras horas del día. Correr hacia el paradero con el factor cronos encima.
Hoy el virus nos tiene como parásitos, en pijama casi toda la semana. Dando vueltas todo el día, aprendí a fumar progresiva y geométricamente.
Media cajetilla me la fumo en el último piso de este edificio. Contemplando a la ciudad M detenida mientras el virus se acuesta con los que pudo enfermar.
Miro al cielo y pareciera que es domingo, aunque en realidad es martes o miércoles.
He tenido que apuntar el día y la hora en una servilleta para vivir: <<Hoy, lunes; cinco cigarrillos>>.
Escucho veinte veces al día Desolation Row mientras el espejo me muestra que el virus me hizo anciano. Seco mis lágrimas mirando los papeles. Aquí, encerrado con el último cigarrillo, el virus me anuncia que mi tiempo ha llegado.

M.R.

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